Y COMIERON PERDICES…
Si, ¿y luego qué?
Con la mejor de las intenciones, desde pequeños se nos inculca una forma de filosofía básica que se extrae de casi todos los cuentos. Al igual que los protagonistas, nos va a tocar pasarlo mal en algún momento, luchar para salir adelante y luego obtendremos nuestra merecidísima recompensa y viviremos felices para siempre.
Esta forma de ver la vida, aunque parezca excesivamente simplista es el causante de muchas frustraciones.
Está muy bien que nos enseñen que hay que luchar, que se pasa mal en muchos momentos y vamos a encontrar dificultades. Sin embargo, ya desde bien pequeños, se nos empieza a tentar con esa “felicidad” que siempre llega al final de los cuentos y que de una u otra manera lleva implícito que ya no debemos pelear más, nuestra recompensa ha llegado y ya nos podemos tumbar a disfrutar eternamente. Nada más lejos de la realidad.
No conozco a nadie que por muy alta que haya sido su meta, una vez conseguida haya encontrado una satisfacción completa. Así que, toca o bien pensar en cuál será la siguiente parada en nuestra particular búsqueda de la felicidad o sumirnos en la frustración al habernos dado cuenta que no hemos logrado la satisfacción esperada.
Sí, hay que esforzarse y luchar porque hay lobos y dragones todos los días, pero por mucho que peleemos nunca terminaremos con ellos. Vivir lleva implícito que nos vamos a encontrar con dificultades y debemos estar dispuestos a dar el callo mientras estemos vivos.
¿Y las perdices? Pues no las esperes para el final. Hay que tratar de ser feliz a diario aunque sea en pequeñas dosis, porque esa felicidad “plena” y eterna que perseguimos sin darnos cuenta es precisamente eso, un cuento.
Personalmente, me encanta pelear y buscar mis perdices con mi pasión, las carreras de montaña, aunque me hagan dar lo mejor de mí porque a veces son más rápidas que yo, pero de eso se trata, de darlo todo y morir vacío! 😉
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