La vida debería ser un buffet de buenas compañías, de libros bien escritos y de libros por escribir, de películas de amor y de risa, de música alta al despertar…de canciones sin ritmo en la ducha y de gente haciendo el avión por las calles…
De niños corriendo, padres gritando y abuelos riendo.
De cafés y tés en buena compañía. De cervezas, chupitos y copas sin hora de inicio ni fin. De comidas que se convierten en cenas. De relaciones estables con personas inestables, de deportes de riesgo y de días dónde el riesgo sea el mayor de los deportes o el deporte el mayor de los riesgos.
De soledad eternamente acompañada.
De noches sin dormir, de puestas de sol sin compartir, de amaneceres calientes y despertares fríos, de besos de inicio y carias como fin. De sexo sin razón y sexo dónde el amor sea la mayor de las razones.
De viajes sin rumbos ni fecha marcada a lugares que algún día te atreverás a llamar hogar.
De amistades dónde todos tiene cabida pero no todos tienen lugar. De trabajos mal pagados hasta que el mayor pago sea tu propio trabajo.
De dolores y señales en la piel, consecuencia de todo lo que quisiste vivir sin pararte a pensar en cómo podía doler.
Debería ser un cúmulo de desamores y escudos en el corazón hasta que alguien venga a abrir aquello que otros se empeñaban en romper.
La vida debería ser un buffet dónde todo se ofrezca por primera vez y dónde el camarero siempre te ofrezca «una más antes de cerrar».
La vida debería ser un buffet diseñado para ti en el que solo tú decidas qué es lo que quieres consumir…dónde solo tú decidas qué es lo que quieres vivir.
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